Julio Verne: «Miguel Strogoff»

Miguel Strogoff es una novela del escritor francés Julio Verne publicada por primera vez en el "Magasin d'Education" en 1876.

En esta ocasión al lector le toca adentrarse por un mundo exótico. Se trata de la invasión del gran imperio de los zares por parte de los tártaros en los confines más remotos de sus extensos dominios, con profusión de persecuciones, caputras, latigazos, incendios, muertes, traiciones, hambre y sed, descritos con la viveza y la maestría que la imaginación de Verne pone ante los ojos de sus lectores.

Salvo el homenaje que se rinde al telégrafo y a los reporteros de guerra, no hay en esta novela recursos a la ciencia ni inventos reales o descabellados. Strogoff, el correo del zar, es un héroe a la antigua que acepta realizar una tarea impuesta por su sentido del deber y a esa misión quedan sometidos hasta los sentimientos filiales.

I

UNA FIESTA EN EL PALACIO NUEVO

-Señor, un nuevo mensaje. 

-¿De dónde viene? 

-De Tomsk. 

-¿Está cortada la comunicación más allá de esta ciudad? 

-Sí, señor; desde ayer. 

-General, envíe un mensaje cada hora a Tomsk para que me tengan al corriente de cuanto ocurra. 

-A sus órdenes, señor -respondió el general Kissoff.

Este diálogo tenía lugar a las dos de la madrugada, cuando la fiesta que se celebraba en el Palacio Nuevo estaba en todo su esplendor. 

Durante aquella velada, las bandas de los regimientos de Preobrajensky y de Paulowsky no habían cesado de interpretar sus polcas, mazurcas, chotis y valses escogidos entre lo mejor de sus repertorios. Las parejas de bailadores se multiplicaban hasta el infinito a través de los espléndidos salones de Palacio, construido a poca distancia de la «Vieja casa de Piedra», donde tantos dramas terribles se habían desarrollado en otros tiempos y cuyos ecos parecían haber despertado aquella noche para servir de tema a los corrillos. 

El Gran Mariscal de la Corte estaba, por otra parte, bien secundado en sus delicadas funciones, ya que los grandes duques y sus edecanes, los chamberlanes de servicio y los oficiales de Palacio, cuidaban personalmente de animar los bailes. Las grandes duquesas, cubiertas de diamantes y las damas de la Corte, con sus vestidos de gala, rivalizaban con las señoras de los altos funcionarios, civiles y militares de la «antigua ciudad de las blancas piedras». Así, cuando sonó la señal del comienzo de la polonesa, todos los invitados de alto rango tomaron parte en el paseo cadencioso que, en este tipo de solemnidades, adquiere el rango de una danza nacional; la mezcla de los largos vestidos llenos de encajes y de los uniformes cuajados de condecoraciones ofrecía un aspecto indescriptible bajo la luz de cien candelabros, cuyo resplandor quedaba multiplicado por el reflejo de los espejos.

El aspecto era deslumbrante.

Por otra parte, el Gran Salón, el más bello de todos los que poseía el Palacio Nuevo, era, para este cortejo de altos personajes y damas espléndidamente ataviadas, un marco digno de la magnificencia. La rica bóveda, con sus dorados bruñidos por la pátina del tiempo, era como un firmamento estrellado. Los brocados de los cortinajes y visillos, llenos de soberbios pliegues, empurpurábanse con los tonos cálidos que se quebraban centelleantes en los ángulos de las pesadas telas. 

A través de los cristales de las vastas vidrieras que rodeaban la bóveda, la luz que iluminaba los salones, tamizada por un ligero vaho, se proyectaba en el exterior como un incendio rasgando bruscamente la noche que, desde hacía varias horas, envolvía el fastuoso palacio.

Descaraga la novela en .pdf en el siguiente enlace:

https://www.biblioteca.org.ar/libros/133607.pdf

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